Días pasados, un alumno de periodismo deportivo interesado en el Boxeo, me preguntó por la verdadera validez actual de un título del mundo. Yo, que creo defender la actividad contra viento y marea desde tiempos inmemoriales, sólo atiné a decir que la multiplicación de las coronas hasta el infinito podría llegar a favorecer económicamente a los boxeadores. Es un argumento, pensé. No es el mejor, pensé después. No es la verdad, me dije más adelante. Es apenas un pretexto, repensé. Es una manera de no decir lo que realmente ocurre. Que cuatro asociaciones (por no decir siete u ocho) tengan sus propios campeones mundiales en diecisiete categorías, nos habla de 68 campeones ¿Quién, no metido directamente en el oficio, los recordaría? Un estudiante no. Pero además tenemos los supercampeones, los campeones en receso, los interinos (esto alguna vez tuvo cierto asidero, pero ya no, porque se es interino in eternum y no porque el campeón no esté disponible. Se pelea como interino como si fuera lo mismo). Y los estudiants como el que me preguntó, se dan cuenta. Y dicen que es lo mismo que si hubiese cuatro FIFA y cuatro campeones mundiales de fútbol. Y tal vez un interino y otro en receso.
No hablamos de los títulos latinos, fedelatin, chupelatin y todo tipo de pajerías que se han inventado para nada, o para que algunos se ganen una moneda más. Yo creo que si volviéramos al viejo sistema, cuando la gente reconocía a los campeones, todos podrían ganar más, porque títulos y fama no son prestigio. Cuando me consultan sobre qué pelea ver, siempre digo que cualquiera donde los contendientes exhiban buenas aptitudes. Si tienen título o no, o si el título corresponde a una u otra entidad, no tiene la menor importancia. Habrá boxeo mientras haya boxeadores buenos. Sean campeones o no. José María Gatica y Horacio Saldaño no fueron ni campeones argentinos ¿Y? Fueron dos tremendos ídolos. Me parece, realmente, que en el boxeo internacional de nuestros tiempo actuales tenemos un deporte interino y una inteligencia en receso.
QUERIBLES HISTORIAS Y ANÉCDOTAS DEL RING Y SUS ALEDAÑOS, EN LUGAR DE MERA INFORMACIÓN; VIEJA MEMORIA EN VEZ DE NUEVA ESTADÍSTICA; PASIÓN CALIENTE CONTRA LA FRIALDAD DE LA TÉCNICA; OJO MÁS SENSIBLE QUE VISUAL: MÁS TIBIA EVOCACIÓN QUE IMAGEN CONGELADA; UN NOSTÁLGICO GANCHO EN LA NARIZ DEL OLVIDO; EN UNA PALABRA, POCO PERIODISMO, PERO ESO SÍ: PURO BOXEO.
lunes, 6 de septiembre de 2010
martes, 9 de febrero de 2010
ADIÓS AL NEGRO DE ORO
Un sencillo homenaje a Luis Federico Thompson, uno de los más grandes pugilistas de nuestra historia, fallecido recientemente.
"No, Frederick, tú no debes boxear más: tienes cataratas. Yo no puedo renovarte la licencia profesional". A los veinte años de edad, el moreno vuelve a su ciudad, Colón, y obtiene -con ayuda- el pase que le han negado en la capital panameña. La historia sigue su curso y desembarca en Ezeiza en 1952, un día antes de comenzar el invierno. El frío y la panza hueca serán de entrada los enemigos del joven boxeador, ahora Luis Federico. Tiene 24 años y poca suerte. Había perdido en su debut amateur, en su debut profesional y ahora en su estreno en Buenos Aires, donde José María Gatica cobra venganza de su compatriota Clarence Sampson y lo derriba ocho veces, acaso con cinco kilos de ventaja.
Primero los números. Después de Selpa, Thompson será el pugilista más activo del país, pero con un porcentaje exitoso superior: 148 victorias en 177 peleas (86,61%). Ahora la definición, y bien categórica: un verdadero monstruo del boxeo. Diez en técnica, en plasticidad, en timing, piernas perfectas, combinación de golpes, pegada justa ¿Qué le faltó? Tal vez un poco más de constancia y de fe en sí mismo, esa que siempre trató de insuflarle su esposa Esther, una esbelta y blanquísima italiana, madre de sus dos hijos argentinos y celosa defensora de sus pesos.
Los bifes de chorizo y una larga temporada en el interior del país devuelven a Thompson como nuevo, dispuesto a iniciar su sinfonía. Ya nacionalizado, se lanza al sprint final. A los treinta, con cien peleas, se deshace de la amenaza de Rocky Rivero, empata con el cubano Logart, también con Jorge Fernández, y se queda con el cinturón celeste y blanco de los medio medianos (welters), propiedad de Cirilo Gil. Como guinda, destruye al campeón mundial Don Jordan en el asombro del Luna Park y aguarda su oportunidad, que llega con el nombre de Benny Paret (aquel malogrado por Griffith) en el Madison de Nueva York. Y los jueces dicen no, aunque Federico lo tuvo muy sentido. Entonces vendrá el tiempo de derrochar brillantez de cabotaje. sumar a la cuenta de su fama y de su familia, esperar el no va más sin estridencias.
La máquina de boxear sigue intacta, y casi con 36, le gana a Raúl Roldán en Rosario. Un médico no duda: "cataratas". -¿Còmo dijo?, si eso me encontraron hace dieciseis años... -Está bien, Thompson, cataratas de talento. Pero largue.
Y se fue nomás, con su enorme biblioteca de boxeo.
"No, Frederick, tú no debes boxear más: tienes cataratas. Yo no puedo renovarte la licencia profesional". A los veinte años de edad, el moreno vuelve a su ciudad, Colón, y obtiene -con ayuda- el pase que le han negado en la capital panameña. La historia sigue su curso y desembarca en Ezeiza en 1952, un día antes de comenzar el invierno. El frío y la panza hueca serán de entrada los enemigos del joven boxeador, ahora Luis Federico. Tiene 24 años y poca suerte. Había perdido en su debut amateur, en su debut profesional y ahora en su estreno en Buenos Aires, donde José María Gatica cobra venganza de su compatriota Clarence Sampson y lo derriba ocho veces, acaso con cinco kilos de ventaja.
Primero los números. Después de Selpa, Thompson será el pugilista más activo del país, pero con un porcentaje exitoso superior: 148 victorias en 177 peleas (86,61%). Ahora la definición, y bien categórica: un verdadero monstruo del boxeo. Diez en técnica, en plasticidad, en timing, piernas perfectas, combinación de golpes, pegada justa ¿Qué le faltó? Tal vez un poco más de constancia y de fe en sí mismo, esa que siempre trató de insuflarle su esposa Esther, una esbelta y blanquísima italiana, madre de sus dos hijos argentinos y celosa defensora de sus pesos.
Los bifes de chorizo y una larga temporada en el interior del país devuelven a Thompson como nuevo, dispuesto a iniciar su sinfonía. Ya nacionalizado, se lanza al sprint final. A los treinta, con cien peleas, se deshace de la amenaza de Rocky Rivero, empata con el cubano Logart, también con Jorge Fernández, y se queda con el cinturón celeste y blanco de los medio medianos (welters), propiedad de Cirilo Gil. Como guinda, destruye al campeón mundial Don Jordan en el asombro del Luna Park y aguarda su oportunidad, que llega con el nombre de Benny Paret (aquel malogrado por Griffith) en el Madison de Nueva York. Y los jueces dicen no, aunque Federico lo tuvo muy sentido. Entonces vendrá el tiempo de derrochar brillantez de cabotaje. sumar a la cuenta de su fama y de su familia, esperar el no va más sin estridencias.
La máquina de boxear sigue intacta, y casi con 36, le gana a Raúl Roldán en Rosario. Un médico no duda: "cataratas". -¿Còmo dijo?, si eso me encontraron hace dieciseis años... -Está bien, Thompson, cataratas de talento. Pero largue.
Y se fue nomás, con su enorme biblioteca de boxeo.
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